David Ginard Féron, Matilde Landa. El compromiso y la tragedia (1904-1942), Universitat de València,Valencia, 2023, 261 pp.
David Ginard nos ha ido ofreciendo, en los últimos años, una serie de biografías que cons- tituyen otras tantas pequeñas joyas en su profusa obra como investigador. Además de glosar la trayectoria vital del historiador Josep Massot o del periodista anticlerical Ateu Martí, su atención se ha centrado especialmente en militantes del comunismo español, personajes como Heriberto Quiñones, Aurora Picornell o Matilde Landa.
Si subrayo lo de pequeñas no es, ciertamente, para menoscabar su valor. De hecho, se trata de figuras que no aparecen en la nómina de los grandes dirigentes de la tradición comunista, sino de cuadros medios que, sin embargo, desempeñaron un papel inesperadamente relevante en los convulsos años del final de la guerra y la primera postguerra, como Quiñones o Matilde Landa. El primero llegaría a auto-titularse máximo responsable del PCE en el interior, sin el consentimiento de la dirección oficial, mientras que Matilde fue directamente investida por dicha dirección con elevadas responsabilidades, que cabría pensar circunstanciales, más o me- nos equivalentes a la máxima autoridad del PCE dentro del país, como nos recuerda Ginard.
El autor ya había explorado, hace casi dos décadas, la biografía de Matilde Landa, publicando entonces un interesante libro (Matilde Landa. De la Institución Libre de Enseñanza a las prisiones franquistas, Barcelona, Flor del Viento, 2005), del cual podría pensarse que el trabajo actual constituye una segunda edición actualizada. Nada más lejos de la verdad, porque el cambio de título recubre, desde la primera a la última página, contenidos, planteamientos, fuentes y redacción nuevas, por más que la coincidencia de biógrafo y biografiada permita detectar lógicas concordancias en muchos puntos. No voy, sin embargo, a centrar mis comentarios en comparar ambas versiones, sino en el producto nuevo, que merece, sin duda, una reseña propia. Un primer factor de interés de la obra reside precisamente en centrarse en una mujer co- munista; cuestión, pese a los avances recientes, nada frecuente, si se dejan a un lado las nume- rosas versiones de la vida de Pasionaria y los trabajos sobre el papel general de las mujeres en
el comunismo y otros movimientos político-ideológicos de la España del siglo XX. Hay que
añadir, por supuesto, la disponibilidad de interesantísimas autobiografías de mujeres (desde Doble esplendor de Constancia de la Mora hasta Asalto a los cielos de Irene Falcón, pasando por las de otras protagonistas femeninas menos conocidas). No podemos olvidar los testimonios corales en recopilaciones tan valiosas como las de Teresa Cuevas o, en clave más historiográ- fica pero no exenta de empatía, trabajos como los de Silvia Mangini o Fernanda Romeu. Por no citar las aportaciones de historiadoras jóvenes siguiendo la estela abierta por el trabajo pionero de Giuliana Di Febo o la propia Mercedes Yusta; pienso en autoras como Irene Abad, Mónica Moreno, Claudia Cabrero o, más recientemente, Melanie Ibáñez. Ginard no ara, por tanto, en terrenos yermos, como tampoco lo es el de los estudios sobre cárceles de mujeres de la posguerra (los de Ricard Vinyes, Encarnación Barranquero, Fernando Hernández Holgado, Ángeles Egido, Conxita Mir y otros nombres que no cito para no incrementar el tedio de la enumeración y la injusticia de las elusiones).
Dicho esto, no debemos tampoco transmitir la imagen de una bibliografía extensa sobre un campo bien trillado, al que David Ginard ha contribuido –y sigue haciéndolo- con numerosos trabajos y reflexiones, exhibiendo su envidiable oficio de artesano de la Historia, buscador in- cansable de nuevas fuentes y minucioso escrutador de las mismas. Nada hay o apenas nada, en su pulcro texto, de especulación no avalada por los documentos; ningún excedente de retórica o ejercicio de simulación de los que tanto gustan algunos biógrafos posmodernos o sedicentes adalides de la subjetividad como objetivo máximo. Con buen pulso narrativo, asume las lagu- nas cuando estas existen, sin pretender paliarlas mediante artificios literarios.
Otro factor relevante se relaciona con el personaje biografiado, que no es, en este caso, una militante prototípica del PCE, obrera o de ambiente popular, sino una mujer culta, de clase media y próxima a los círculos de la Institución Libre de Enseñanza. Esta condición ilustra particularmente la capacidad de atracción del comunismo español, a medida que se aproxi- maba a su refundación frentepopulista, hacia sectores del republicanismo histórico (Fernando Hernández y otros lo han puesto de relieve), y el grado de compromiso que llegaron a asumir individualmente hombres y mujeres de la tradición institucionista en la radicalización de la sociedad española de los años 30. Presencia que, seguramente, no debe analizarse sólo como “bolchevización” ocasional en tiempos turbulentos, sino también como transvase cultural que deja huellas en el propio comunismo de nuestro país, aunque el repliegue y la glaciación esta- liniana de postguerra parezcan desmentirlo.
El libro dedica sus dos primeros capítulos al contexto familiar, la formación y los primeros compromisos militantes de Matilde. Se trata de una laboriosa reconstrucción que no siempre puede paliar los vacíos documentales, con etapas en las que se echa de menos un -parece que imposible- mayor detalle. Su “educación burguesa ilustrada”, en palabras de Ginard, queda acertadamente descrita -con la salvedad de esos vacíos- gracias a un amplio uso de la corres- pondencia familiar. De su formación se destaca el paso por la Residencia de Señoritas, cuyo ambiente es descrito por Matilde con un distanciamiento crítico e irónico, al igual que la figura de su directora María de Maeztu También sus estudios universitarios frustrados, su red de relaciones personales y sus inclinaciones intelectuales. Algo más velozmente se transita por los años de la República y su aproximación al PCE, que Ginard identifica con el compor- tamiento de otros miembros de su mismo perfil social e ideológico. No sé si un rastreo con nuevas fuentes podría arrojar luz sobre algunos episodios de su vinculación a organizaciones
de la constelación del PCE como Mujeres contra la Guerra y el Fascismo o el Socorro Rojo, que el biógrafo admite “débilmente documentadas”. Aquí se recurre, a falta de trazas perso- nales identificables, a tendencias más generales que contextualizan la “toma de conciencia” de lo que, al fin y al cabo, continuidades aparte, suponía un salto como el de la “militancia total” del comunismo de la época; aunque, claro está, la prueba suprema de la guerra actúe como inevitable catalizador.
El período de la contienda aparece relatado con algo más de sosiego, desde su adhesión for- mal al PCE, su circunstancial instrucción militar e implicación en el 5º Regimiento y, sobre todo, su labor en tareas de asistencia hospitalaria y participación en el Socorro Rojo, que la convierten, si no en integrante de los círculos dirigentes máximos del partido, en una militante bastante cualificada. Sus relaciones con Antonio Machado, que ilustran las posibilidades de las redes y el compromiso de los círculos institucionistas, o con Miguel Hernández (que le dedi- ca, sin nombrarla, una poesía) muestran la utilidad de Matilde en las tareas de Propaganda, la otra gran faceta de su actuación durante la guerra. Pero nada se dice apenas de sus opiniones concretas sobre los acontecimientos, sin duda por la mencionada penuria documental. Sólo se reseña, a modo de contrapunto -o complemento- de su faceta pública, su amistosa ruptura matrimonial y la traumática separación forzosa de su única hija, Carmen que, en tiempos de dedicación militante completa de su madre, acabó evacuada a la URSS y luego a México.
El itinerario carcelario de Matilde ocupa los tres últimos capítulos, quizás los más interesan- tes. El primero narra su fugaz ejercicio de la máxima responsabilidad del partido en el interior, pues la caída de su grupo apenas se demoró una semana, en abril de 1939. Aquí los testimonios, la correspondencia familiar y el procedimiento judicial proporcionan los mimbres de la re- construcción de su estancia en la prisión de Las Ventas, con una buena descripción de lo que representaba la vida carcelaria de entonces. A los intentos de organizarse y mantener la propia identidad ideológica en los peores momentos de la derrota, se añade la función tribunicia que Matilde empieza a desempeñar, por su autoridad moral y su nivel cultural, entre las presas, gra- cias a la oficina de asesoramiento legal que llegó a organizar. Con ella se esforzó en conseguir conmutaciones de condenas a muerte, que Matilde obtuvo para sí misma gracias sobre todo a las relaciones de su entorno familiar con el filósofo y sacerdote Manuel García Morente. Como también refiere Ginard, la labor de Matilde no siempre fue bien vista por un sector de las penadas comunistas, a las que la extracción social “burguesa” de la biografiada resultaba no menos sospechosa que un aprovechamiento de las fisuras del régimen penitenciario tildado por algunas de “colaboracionismo”.
El traslado a la prisión de mujeres de Palma, donde Matilde pasó sus dos últimos años, abre la parte final del libro, donde el autor puede contar con sus investigaciones anteriores y su excelente conocimiento del medio. Aquí la documentación y las referencias se diversifican, aunque destaca el uso de la correspondencia familiar, que a menudo debe desencriptar para po- der entender alusiones a la situación real de la penada que sorteaban la censura postal. Destaca nuevamente la descripción del ambiente carcelario y, particularmente, los reiterados intentos de adoctrinamiento religioso que, aprovechando la curiosidad lectora de Matilde, alentaron las esperanzas de una conversión que hubiera supuesto un buen golpe propagandístico, y que Gi- nard parece mostrar que, pese a algunas supuestas ambigüedades, estaban lejos de su intención.
También aquí se testimonian los intentos de mantener la dignidad de las reclusas y el carisma que emanaba de la figura de Matilde. Lo cual tampoco la excluía del todo de las sospechas que, por ejemplo, su aceptación de las visitas de propagandistas católicas o su amistad con el poeta Miquel Ferrà hizo albergar a algunas compañeras. Las esperanzas de conversión fueron cesando a medida que pudo percibirse que Matilde “no daría su brazo a torcer”. Las brutales presiones y chantajes a que entonces fue sometida, los dilemas acerca de su posible aceptación táctica y la depresión producto de esta situación insoportable la condujeron al suicidio el 26 de septiembre de 1942, aunque desde la prisión se procuró difundir la idea de una caída acci- dental, y desde instancias antifranquistas se llegó a especular con su asesinato. Aquí afloraron las actitudes típicas de la tradición comunista, reacia a admitir el suicidio como salida digna en determinadas situaciones. La última humillación inferida a Matilde fue el bautizo in articulo mortis que los carceleros tuvieron la indignidad de aplicarle en su agonía.
El libro termina con una alusión al ingreso de Matilde en el panteón de los mártires comu- nistas. Confieso que esperaba ver aparecer el tema -algo más tratado en la primera biografía que le dedicó Ginard- al final del recorrido. Lamentablemente el autor justifica su exclusión “por razones de espacio”. Personalmente creo que el paso de la historia a la leyenda o la cons- trucción de la memoria de Matilde hubiera puesto un brillante broche final a este libro ameno, útil y potencialmente inspirador de nuevos trabajos sobre otras figuras femeninas olvidadas o insuficientemente conocidas.
Francisco Erice
Universidad de Oviedo (España)
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