Historial de la revista

Astrolabio en la veintena

Lluís Pla Vargas

(Profesor de la Universitat de Barcelona)

 

Hay que tener cuidado con las ocasiones conmemorativas. Las efemérides señaladas para el recuerdo de lo que creemos valioso o memorable son, incluso en el ámbito aparentemente inofensivo de la filosofía académica, algo peligrosas. ¿Por qué? Porque, en contra de la actitud filosófica estándar, sugieren que podemos abandonar momentáneamente la actitud de alerta, bajar la guardia y embriagarnos, aunque sea ligeramente, con cualquier versión de la nostalgia. Son como el canto de las sirenas que seducía a los marineros de la Odisea. Sin ir más lejos, tales oportunidades propician contradecir a Kant no una vez, sino dos. En primer lugar, porque nos obligan a desmentir el inicio del prefacio dedicado a Baco de Verulamio de la segunda edición de la Crítica de la razón pura, que, como es bien conocido, afirma que, en la búsqueda de la verdad, debemos callar sobre nosotros mismos y silenciar nuestras opiniones —De nobis ipsis silemus, escribió Kant, repitiendo las palabras de Francis Bacon—. Y, en segundo lugar, porque los actos y los discursos conmemorativos suelen proyectar el recuerdo de los acontecimientos en un plano que glorifica o degrada la realidad de aquel que fue su prosaico acontecer; es decir, en la medida en que la conmemoración no se limita a recoger, sino a trascender la experiencia de lo sucedido, cae en una suerte de ilusión trascendental propia del discurso metafísico que Kant reconoció como inseparable de la condición humana, pero al cual, como también sabemos, quiso poner frenos, límites y condiciones estrictas.

Siendo conscientes de nuestra desobediencia al pensador de Königsberg, y de los azares que arrostramos en esta nota —pues todo escrito, por breve que sea e inocuo que parezca, siempre mantiene una tensión con la eventualidad de una interpretación adversa—, intentemos hacer un poco de historia y de hacerla, si es posible, haciendo justicia a los hechos y las personas. ¿Cómo empezó esta pequeña aventura? En 2004, el Seminario de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona, bajo la dirección del catedrático José Manuel Bermudo Ávila, congregaba a su alrededor un nutrido y diverso grupo de personas que o bien estaban iniciando su doctorado o bien ya lo habían completado. Los asuntos filosóficos que nos mantenían en conexión con el Seminario, y que nos reunían en las ponencias de los viernes al mediodía dos veces al mes, tenían que ver con la filosofía práctica y, en particular, con el estudio de la filosofía política. Debatíamos acerca del marxismo, la crítica al liberalismo, la crítica comunitarista a éste, la justicia política, la diversidad cultural, el fundamento de la obligación política, la tradición republicana y también lo hacíamos, al margen de las temáticas, sobre los autores que nos apasionaban y sobre los cuales cada uno de nosotros y cada una de nosotras íbamos ahondando y componiendo nuestras tesis de doctorado o nuestros primeros artículos académicos: Hobbes, Marx, Weber, Wittgenstein, Adorno, Rawls, Foucault y Rorty.

2004 fue el año de la organización del Fórum de las culturas en Barcelona, una serie de actividades, exposiciones y debates centrados sobre las cuestiones del desarrollo sostenible, la paz y la diversidad cultural. El evento culminó con la llamada Declaración de Barcelona, texto algo heteróclito y decididamente bienintencionado, en el cual se sintetizaron algunas de las ideas principales que habían sido presentadas durante las conferencias y los debates que se habían prolongado a lo largo de cinco meses, desde mayo a septiembre. Aparte de las transformaciones urbanísticas, que cambiaron la fisonomía de la ciudad, siguiendo la misma lógica que se había aplicado durante la preparación de los Juegos Olímpicos de 1992, el Fórum de las culturas despertó críticas feroces por parte de asociaciones vecinales, agentes sociales e intelectuales. Los miembros del Seminario se sumaron a ellas con un análisis crítico desde el punto de vista filosófico, parte del cual aparecería recogido en el número inicial de Astrolabio, en 2005. Fue en este contexto cuando José Manuel Bermudo nos lanzó la idea de diseñar y publicar una revista electrónica de filosofía —lo que entonces empezaba a dejar de ser ya una novedad— que integrara solamente reseñas de las novedades bibliográficas en filosofía práctica y filosofía política. Hubo cuatro personas que recogimos inicialmente el guante y encabezamos la organización del proyecto: Ínigo González, Joaquín Fortanet, Nicolás Patrici y quien firma esta nota. En el arranque del proyecto, colaborando en la logística, aportando textos y suministrando entusiasmo y buen humor, se situaron muy cerca personas como Josep Pradas, Juan Manuel Checa, Núria Sara Miras, Meritxell Peleato, Martha Palacio y Felipe Curcó.

Desde el principio, quisimos que la sección de reseñas fuera importante, pero rápidamente, como todo lo que se piensa y se hace cuando la juventud empuja, fuimos más allá de la sugerencia de Bermudo y empezamos a pensar en una revista más ambiciosa la cual, más allá de las reseñas, contara con una sección de artículos, dosieres temáticos e incluso un apartado, más ligero y chispeante, humorístico y decididamente extravagante, al que convenimos en llamar Varia. El número 0 de Astrolabio, publicado en mayo de 2005, ya exhibía casi completamente esta estructura: cuatro artículos y una entrevista, el dosier “A propósito del Fórum universal de las culturas”, coordinado y presentado por Juan Manuel Checa, y una sección que recogía cinco recensiones. No cabe duda de que la campanada de esta primera publicación fue la entrevista que nuestro querido colega Joaquín Fortanet, que entonces exhibía una desenvoltura y una socarronería que confío no haya perdido, logró arrancar al filósofo estadounidense Richard Rorty. En una presentación que hoy cuesta localizar en Internet bautizábamos así nuestro proyecto:

 

“Bajo el nombre de ASTROLABIO deseamos cobijar cierta pequeña locura organizada, que añade a la incertidumbre natural de todo nacimiento la del querer significar una aportación, modesta, aunque consistente, a la filosofía en formato electrónico. Como una red lanzada en medio de otra inmensa, deseamos vincular nuestro remotísimo origen estelar con la voz y el pensamiento del presente y, aunque ya no se trate de describir este lazo —como tuvieron la tentación de hacer los filósofos más antiguos—, queremos admitir de entrada que lo presuponemos, que resuena en nuestro nombre.

La creación de un universo cultural, no menos vasto en cuanto a sus derivaciones que el natural, nos distingue como animales simbólicos. La Red de redes multiplica la resonancia de los símbolos y los textos, como una campana inasible que abraza al mundo, proyectándolo frente a la naturaleza aparentemente inequívoca. La filosofía sigue siendo necesaria: atiende a esa resonancia como no lo hace ninguna otra disciplina, cualquier forma de ciencia, ningún arte. Pretende poner sentido al presente a través de la resonancia de los símbolos y textos del presente, así como de aquéllos que tienen significado para el presente. Suponerla al margen de donde resuenan verdaderamente todas las cosas importantes hoy en día sería pensarla al margen del presente.

Queremos acoger pasajes de un pensar vivo, implicado en la realidad, problematizándola, apuntándola hacia los restos de utopía, sin suponer una trascendencia que sólo pudo tener sentido cuando se publicaban 50 libros al año en todo el mundo. Sin trascendencia, pues, pero también sin desesperanza, aparece este ASTROLABIO, pequeña esfera de la constelación filosófica más próxima.”

 

Han pasado veinte años y la revista, que ha transitado por todo tipo de vicisitudes, que ha sido coordinada por gente diversa a lo largo del tiempo, con enormes dosis de esfuerzo y enardecimiento no siempre adecuadamente reconocidos, sigue viva —no digamos milagrosamente, sino afortunadamente—, presentando sus dos números anuales, mientras aguarda que nuevas manos y voces organicen su próxima transformación. Al cabo de cinco años de su nacimiento, en 2009, el consejo editorial pensó que Astrolabio podía ser el receptáculo adecuado para reunir las ponencias y comunicaciones de las Jornadas de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona —otra más de las iniciativas del catedrático José Manuel Bermudo—, las cuales han celebrado recientemente su décimo novena edición y, así, desde entonces, la revista viene dedicando uno de sus dos números anuales a esta necesaria labor de publicar las actas del único congreso de filosofía política que se celebra cada año en Barcelona.

Nada es para siempre. La supervivencia, incluso la cultural, no depende de la fidelidad a unas esencias que no existen, sino de la adaptabilidad a unas circunstancias que sí existen, son determinantes y, como todo el mundo sabe, cambiantes. A partir de la veintena, en cualquier caso, Astrolabio deberá ser diferente de lo que lo fue en su nacimiento si quiere seguir siendo una voz que se escuche en el panorama filosófico en Catalunya, España y América Latina. Pero ni a mí ni a los colegas de la primera hora nos toca indicar en qué sentido debe serlo. Tuvimos nuestro papel y esta nota ligeramente anitkantiana se ha limitado a recodarlo. Solo nos queda desearle una perseverancia lúcida, es decir, un larga y fructífera vida filosófica.